Cada día...

Yo me nazco, yo misma me levanto,
organizo mi forma y determino
mi cantidad, mi número divino,
mi régimen de paz, mi azar de llanto.
Establezco mi origen y termino
porque sí, para nunca, por lo tanto
Soy lo que se me ocurre cuando canto.
No tengo ganas de tener destino.

Ma. Elena Walsh

domingo, 19 de octubre de 2008

¿Vivimos enredados?


El módulo Tecnologías para el Trabajo Colaborativo (TTC) nos invitó a la comprensión de las prácticas sociales que inventan a los objetos y, al mismo tiempo, a reflexionar si son los objetos los que constituyen las prácticas sociales.

La escritora Liliana Bodoc inicia su novela “El espejo africano” diciendo: “Hay objetos que jamás nos pertenecerán del todo. No importa que se trate de antiguas reliquias familiares, pasadas de mano en mano a través de las generaciones. No importa si los recibimos de regalo de cumpleaños o pagamos por ellos una buena cantidad de dinero… Estos objetos guardan siempre un revés, una raíz que se extiende hacia otras realidades, un bolsillo secreto. Son objetos con rincones que no podemos limpiar ni entender…”

Si bien la escritora se refiere a un espejo, al leerlo, pensé en las múltiples formas que adquieren los objetos cuando nos apropiamos de ellos, y obviamente pensé en las TIC. En estas tecnologías que pasan a ser extensiones de nuestro propio cuerpo y que vamos “significando” no sólo desde la individualidad sino desde la relación que establecemos con “otros” a partir de estos cuasi-objetos.
Ese teléfono móvil que a veces atendemos para decir “no puedo hablar ahora”, el ordenador conectado a Internet y con sus parlantes encendidos para dar aviso a cada contacto que se conecta, a cada actualización que reconoce… esos objetos que no sólo están ahí sino que “naturalmente” forman parte de nuestras acciones. Objetos que muestran una presencia, una realidad.

¿Qué bolsillo secreto guardan estas tecnologías que nos rodean y que nos permiten experimentar una nueva forma de vida?

La manera que hoy experimentamos de hacer cosas es una “forma tecnológica de vida”[1]; un modo de vida en el que la “comunicación” es el centro de nuestros actos, la condición que nos permite cargar de sentido estos objetos mediante un comportamiento que ya no tiene límites de espacio ni de tiempo. La inmediatez va configurando nuestro conocimiento; comunicando vamos conociendo, apropiándonos de una realidad que al mismo tiempo, construimos.

¿Solos? Claro que no, lo hacemos con “otros”, con esos “otros significativos” que antes (no hace mucho, sólo 10 años atrás) configuraban ese grupo de personas con las que nos relacionábamos en contados espacios, cara a cara: la familia, la escuela, el trabajo, el club…

Pero en este S. XXI los “otros significativos”, aquellos con los que vamos construyendo la realidad, pueden estar aquí mismo, al lado nuestro, o pueden a estar a miles y miles de kilómetros de distancia. Y los necesitamos, porque como seres humanos relacionales, somos en y con los otros.

Recordemos que la realidad de la vida cotidiana es una construcción intersubjetiva, un mundo compartido, lo que presupone procesos de interacción y comunicación mediante los cuales compartimos con los otros y experimentamos a los otros.[2]

Facundo Cabral nos canta: “… nacemos para encontrarnos: la vida es el arte del encuentro… Esta es la revolución fundamental, el revolucionarse constantemente para armonizar con la vida, que es cambio permanente, por eso nos vamos encontrando fatalmente para iluminar cada rincón…”

Pero, si estamos tan conectados unos con otros, si nuestra esencia es confirmarnos unos a otros, ¿por qué el aburrimiento? ¿por qué algunos llaman a esta era “la era del vacío”?

“No hay la menor duda de que una vida sin un supuesto sobre la realidad - es decir, sin un sentido- es insoportable. El aburrimiento es la forma más sutil de temor y de vacío. De ahí nuestra permanente búsqueda de sentido”.[3]

Por esta razón, vivir “enredados” y “conectados” supone comenzar a otorgar sentido a la realidad en forma conjunta, mediante un trabajo colaborativo a conciencia que nos ayude a pensar en red. Supone ir entretejiendo nuestros conocimientos para hacer frente a las desigualdades que emergen de una sociedad cargada de marcas, prototipos y copyright.
Dado que, más allá de las características que presentan las aplicaciones de la Web 2.0 y que nos abren nuevos panoramas y oportunidades, existe una gran necesidad de que estas aplicaciones no sean monopolizadas sólo por unos pocos sectores.

De eso se trata, entonces, de intentar un conocimiento distribuido, de ir sumando brotes y multiplicando enlaces en nuestras propias redes, que no dejan de ser un nodo de otras redes más grandes.

No aburrirnos implica dejar de ser simplemente usuarios de tecnologías para mezclarnos y prolongarnos a través de ellas acostumbrándonos a “hacer juntos”.

Claro que no será fácil… Como profesionales de la educación sabemos que hay mucho camino por recorrer.

Lo importante es comprender que esta plétora de herramientas que hoy nos ofrece la Web 2.0 (y la Web 2.1) puede ser reconstruida y co-construida a partir de las necesidades emergentes de nuestras prácticas sociales.


La imágen que ilustra este posteo fue extraída de Petrolart's Blog


[1] Lash, Scott. Crítica de la información. Buenos Aires, Amorrortu, 2005
[2] Berger y Luckmann. La construcción de la realidad social. Amorrortu, 2001
[3] Watzlawick, Paul - El sinsentido del sentido. Barcelona, Herder, 1995