Cada día...

Yo me nazco, yo misma me levanto,
organizo mi forma y determino
mi cantidad, mi número divino,
mi régimen de paz, mi azar de llanto.
Establezco mi origen y termino
porque sí, para nunca, por lo tanto
Soy lo que se me ocurre cuando canto.
No tengo ganas de tener destino.

Ma. Elena Walsh

domingo, 8 de marzo de 2009

Comienzo de ciclo lectivo... ¿espinas?



Cuando una espina ayuda...

Veo algo que me llama la atención
en un arbusto de los campos abiertos
en la India calurosa
de los húmedos monzones.
Me acerco cuidadoso a examinar la sorpresa
y pronto reconozco la reliquia inconfundible
de la vida renovada cada primavera
al crecer los cuerpos
con el vigor de la juventud y fuerza.
Allí, colgando de una espina alta
esta la camisa recién abandonada
de una serpiente.
De una pieza; fina y transparente
como un velo de novia.
La desengancho y la admiro en mis manos,
y pienso en la serpiente
que dejó su envoltura
para poder crecer.

Es cómodo tener el traje hecho a medida por la naturaleza misma en corte preciso. La serpiente se precia de él con justificado orgullo. Quizás se aficiona también al traje y piensa que con él no va a tener problemas de vestir ya para el resto de su vida. Pero el cuerpo crece y el traje queda estrecho. Resulta incómodo. No puede ya albergar al maduro reptil. Hay que deshacerse de él.

No es fácil la tarea. Da pereza el cambio. Incluso nos dicen que hay peligro mientras el reptil permanece indefenso al cambiar de ropa. Pero la vida llama y el momento llega. La serpiente otea el horizonte, escoge un espino, engancha la punta de su vestido y se va escurriendo, curva a curva, dejando detrás el vestido inútil.

Y emergiendo con el brillo del traje recién estrenado, tras varios esfuerzos, queda libre de todo, se lanza al camino con el desahogo del cuerpo crecido. Ya no le cabía en la antigua funda. Para crecer hay que cambiar de piel aunque cueste un poquito.

Ando mirando alrededor para ver una espina que me sirva. Quiero colgar de ella la camisa que me queda corta. No me deja crecer. Me vino muy bien en su tiempo, pero he crecido y ya no encajo en sus costuras a punto de reventar. Le tenía cariño y me gustaba. Me da pena dejarla. Me acompañó mucho tiempo. Mi pasado, mis costumbres, mis maneras de ver y mis modos de juzgar, mis aversiones y mis devociones, mi imagen y mi historia. Todo era muy cómodo, pero si quiero crecer, he de dejarlo.

Si permanezco aprisionado en la primera piel, no se desarrollarán mis miembros ni se abrirá mi mente. He de pasar por el ritual del descondicionamiento si quiero seguir en la primavera de vivir. Y el proceso no es de una vez para siempre. La próxima primavera volveré a cambiar de piel para seguir creciendo, para seguir viviendo.

Hay que cambiar la piel del alma para que crezca en la plenitud que ha de ser suya. Hay que encontrar la espina y engancharse y tirar. Es penoso pero es necesario. La serpiente lo sabe.

Acaricio en mis manos la piel abandonada.
Pienso en la serpiente ya lejana
que tuvo el valor de dejarla.
Bello tejido de escamas iguales.
Bello, pero ya superado.
La experiencia me anima a seguir el ejemplo.
Voy a cambiar de piel.

Del libro "Y la mariposa dijo..."

Escrito por Carlos González Valles

2 comentarios:

El Calamaco dijo...

Hola Fernanda....vi que te dieron ganas de escribir....entre en tu blogg y....¡qué humillación!!!! ¡cuánta información!! esperemos llegar aunque sea a un pequeño porcentaje del trabajo que aquí muestras.

Felicitaciones, gracias por compartirlo, cuanto nos falta por favor!!!!!

Saludos,

Víctor

Fernanda dijo...

Hola Víctor:
Muchas gracias por el comentario, pero... bueno, es el trabajo de todo un año y aún así, con muy pocas entradas. Quisiera dejar más, pero a veces no me da el tiempo.
Ya lograrán esto y mucho más.
Lo importante es empezar.
Un abrazo!!! Fer

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